Rey Lear, reedita la obra de Luis Alberto de Cuenca, con un cuento escrito a su hijo Álvaro, en el que los protagonistas son nuestros héroes de la infancia.
Luis Alberto de Cuenca
Ilustraciones a color de Miguel Ángel Martín
Ilustraciones a color de Miguel Ángel Martín
Colección Breviarios De Rey Lear nº 40
Prólogos de Álvaro de Cuenca y García-Alegre
Cartoné con sobrecubierta, 80 páginas, 12,7 x 18,5 cm
PVP: 14,95 €. Ya a la venta
Aparentemente, Luis es un niño como los demás. Nadie pensaría jamás, viéndolo correr con la lengua fuera tras el balón o devorar una ensaimada rebosante de nata, que es el único niño en el mundo capaz de hablar y relacionarse con los héroes de los tebeos. El único muchacho sobre la tierra que tiene como amigos a Mandrake, el Hombre Enmascarado, Tintín, el ratón Mickey o el Capitán América. Luis Alberto de Cuenca escribió este cuento hace más de veinte años para su hijo Álvaro, que ahora vuelve a prologarlo. Miguel Ángel Martín se ha encargado de ilustrarlo a todo color para esta nueva edición, que pretende rendir un homenaje de sus autores a la imaginación y a los grandes personajes del cómic.
Del prólogo de Álvaro de Cuenca para esta edición
Viajemos a los años ochenta del siglo pasado, entre mis siete y mis once años. Las tardes de viernes y arena en los zapatos las pasé en Arte 9 en la calle Hermosilla, y las mañanas de los sábados en la tienda de tebeos Madrid Cómics que estaba entonces en Los Sótanos de la Gran Vía. Si hubiese tenido que optar en su momento entre la pila de cómics que comprábamos y el desayuno en Los Sótanos, me habría quedado, sin duda, con el desayuno. El ritual de compra de cómics era mecánico y cuidadoso. Los desayunos, por el contrario, eran una fiesta caótica y exquisita para todos los sentidos en la que no quedaba una sola miga de pan. Era divertido.
Durante esos años surgió la idea de Héroes de Papel: los personajes de cómic aparecían minúsculos, así, sin más, en la vida de unos adolescentes Luis y Ana, que vivían pequeñas aventuras cotidianas con su ayuda. A mí aquello no me convencía. Me parecía incluso absurdo. Primero, ¿por qué tan pequeños? Y después, ¿qué tipo de confianza tenían conmigo para salir de las viñetas y hablarme de tú a tú? Me atrajo desde siempre más la idea de entrar, como finalmente hace Luis, en su mundo y colarme en las viñetas con el objetivo, por ejemplo, de tirarle de los calzones a Supermán, o de quitarle la máscara a Spiderman frente a Jonah Jameson, para que descubriese por fin el secreto, o, por qué no, de coger de la mano a la Karen Page de Daredevil y jurarle amor eterno.
Con el tiempo (ya más de veinte años desde aquello), esas mañanas de sábado sean quizá de las cosas que más echo en falta. Sin saberlo, esos héroes, junto a sus fieles acompañantes o, si se prefiere, superhéroes, villanos, detectives, animales, bichos, magos, aventureros, policías, cowboys y extraterrestres, seguro que compartían con nosotros aquellos momentos, sentados en la barra del bar o paseando por la galería comercial, muertos de envidia por no poder participar en tan suculenta celebración matutina, pero seguros de estar siempre ahí, a nuestro lado, ofreciéndonos silenciosos la eterna complicidad que nos había de unir con ellos.
Hoy leo más cómics que en toda mi vida junto a mi hija Veva o solo, harto de estar siempre de allá para aquí, presa de las mil y una excentricidades que han ido apareciendo en mí con la edad. Tras el reencuentro con los héroes de papel y, al echar un vistazo a aquellos felices ochenta, entre mis héroes favoritos aparecen siempre Luis y Ana escondidos en la viñeta, mirándome desde el fondo de mis ojos.
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